24 de mayo de 2010

Soy una fácil.

Y tengo corazón de condominio. Es tan fácil ganarse mi cariño, mi confianza y mi corazón...bastan a veces un par de gestos cariñosos, un abrazo, una plática íntima...

...y a veces basta con entrar por la ventana.

La historia es esta:

Mi gato tiene un gato. Corrección, mi vecino tiene un gato (eso de la concentrancia no se me da ultimamente, chales, ni porque lo leí antes de postearlo). Un pinche gato feo-horrible-horroroso. Es un gato persa gris. Es chato y peludo. A mi me gustan los gatos de pelo corto, los siameses son mis favoritos, aunque todo gato siamés que he conocido ha sido un desgraciado sociópata y termina por abandonar el hogar.

Siempre he querido un gato, y nunca he tenido uno (aquí, lagrimita de Remi y todos digan aaaah!!!). Principalmente porque a mi familia no le gustan los gatos y han preferido siempre siempre siempre  a los perros. Eso y que soy alérgica al pelo de mascota (cosa que a mi madre y a mi hermana no les importó, obligándome  a vivir diez años con un adorable cocker---de verdad es hermoso).

Bueno. Cuando mi mamá me anunció que se iba de la casa y que pretendía dejarme sin mascota sufrí mucho, pero también entendí que no tengo tiempo para atender a un animalito...apenas y puedo cuidarme yo, y eso a veces. Yo quería un gato, esa era mi oportunidad...pero las cosas no se han dado como yo esperaba y cada vez paso menos tiempo en mi casita, así que dejé la idea de lado...

Entonces sucedió la semana pasada que el pinche gato feo de mi vecino decidió adoptarme. Entró por la ventana en la madrugada y en una esquizofrenia propia de todas mis mascotas, cual perro, se puso a maullar al lado de mi cama. Lo sacamos por la ventana (Sergio y yo)...y volvió. Lo volvimos a sacar...y volvió. Rascó la puerta del baño, simple y sencillamente porque quería lavarse las patas en el agua de la cubeta.

A las seis de la mañana del otro día, sin respeto alguno por mis ojeras, el gato se apareció de nuevo. Se subió y puso su carita a unos centímetros de mi alérgica nariz mirándome fijamente hasta que desperté.

Del vecino, ni sus luces, había cerrado todas las ventanas dejando al pobre gato fuera de su casa para que se rascara con sus propias uñas. Y las propias uñas del gato me habían ido a rascar a mi. me dio ternurita y le di leche, que no se tomó, y atún, que no se comió.

Desde ese día el gato se ha vuelto parte del paisaje de mi hogar. Tiene su casa y va y come allá, pero todas las noches va a jugar un rato conmigo y todas las mañanas se acuesta a ronronear junto a mí.

Ni siquiera necesito decir que mi nariz está al borde de un ataque de nervios. Pero es que no puedo sacarlo. Me parte el corazón...¿cómo podría sacarlo cuando él fue mi única compañía la noche en que se fue la luz? Él me salvo del ataque de ansiedad que podía provocarme el hecho de estar sola, a oscuras y en silencio durante más de treinta minutos...

No sé como se llama, pero oficialmente para mí, su nombre es Gato. Con mayúscula.

Gaaatooooo.

2 comentarios:

  1. Je, je...

    Ay, como leí que tu gato tenía un gato, pensé en un gato de peluche...

    O quizá que tu asistente doméstico llevaba a su gato.

    Ya leyendo se entiende que se trata de tu vecino.

    Jo. Pero es bonito ser fácil. Yo también tengo corazón de condominio.

    Snif, aunque luego extrañas a los inquilinos que se van sin pagar la renta.

    D.

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  2. No puedo creerlo...de verdad lo leí antes de postear...

    Jajaja, aunque debería darle un gato de peluche. A estas alturas, me veo obligada a comprarle algo para rascar, so pena de que mis sillones y puertas acaben destrozados...

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Lo que quedó: