2 de agosto de 2012

"Acepta", decían, "te vamos a apoyar", decían

Los cambios son difíciles. Incluso aquellos que son para bien. Laboralmente mi vida ha sufrido un cambio que puede tomarse como una mejora, un logro, vamos. Sin embargo, yo no me siento feliz.

Digamos que, desde que entré a trabajar en este bonito negocio de la publicidad, los cambios vienen y van, al final uno se va a acostumbrando al vaivén, al ritmo frenético, a perder el piso. Pero hace un par de años entré en lo que viene siendo la zona de confort.

Hacía aquello en lo que era "experta",lo que dominaba. Algo que podía hacer con los ojos cerrados mientras comía palomitas y actualizaba mi FB. Era un trabajo que requería mucho tiempo pero practicamente sin ningún reto. Pedí mi cambio una y otra vez. A mí lo que me gusta es aprender, aportar algo y así.

Y tómala, que mi deseo se cumple. Y de repente me veo supervisando labores que desconozco y de las que no tengo ni puta idea. De repente se me cayó el mundo al suelo y volví a sentir lo que sentí hace ya 6 años que entré a esta caótica industria como trainee: una angustia terrible y ganas de no levantarme de mi camita hasta que se acabe la catastrofe.

Recuerdo que cuando empecé a trabajar tenía yo 21 años y conseguí mi lugar porque sabía inglés y porque alguna vez en mi vida había escuchado lo que era un TRP. En menos de una semana me hacía cargo de la coordinación regional de la cuenta de medios de importante empresa transnacional. Y yo era sólo una trainee.

Recuerdo que cada día salía casi llorando y me lamentaba amargamente con Sergio (sí, ya estaba Sergio) y todos los días repetía la misma cantaleta: no sé nada, seguro me corren. Tardé al menos 4 meses en tomar el control absoluto del tema. Y entonces la curva comenzó a caer, sufría menos, aprendía menos, me aburría más.

Pero hoy, hoy estoy en un punto en el que casi nada de lo que he aprendido en estos 6 años me sirve para atender mis labores prácticas de todos los días. Y entonces, entonces, me quiero poner a llorar y soy presa de una montaña rusa emocional en la que por momentos quiero llorar a causa de mi inutilidad y completa ignorancia, en otros estoy convenida de que lo mejor es renunciar antes de que noten mi completa falta de pericia y en otros sólo pienso: nada, nada en la vida ha podido frenarte, y esto no será lo primero...

Y pues nada, avanzo de a poquito, tratando de cacharlo todo a la primera sin sufrir pánico escénico y sin ser presa del terror.

Ya les contaré como me va en esta nueva aventura. Mientras, tratare de descifrar de dónde puede venir la ayuda divina, porque vaya que la necesito.