14 de octubre de 2009

Doña Lucha

Antes de que Mara Escalante hiciera de Doña Lucha un popular personaje, en mi vida hubo una Doña Lucha de importancia trascendental.

Mi abuelita.

Maria de la Luz, todos, todos, todos, la llamaban Lucha. Mi abuelita era la onda. Una cabrona en toda la extensión de la palabra. Así como el personaje de Mara Escalante, ella se hacia cargo de la familia, vendía Avon, Fuller, Tupperware, cosía ropa, hacía yoga, se iba a bailar los domingos...

Yo tengo recuerdos muy felices a su lado, siempre robándole un sorbo de su café negro que por artes y magias extraños era el mejor café ever. Ella fue para mí, mi mamá. Y yo era su Albertano.

Nadie, en toda mi vida, me ha consentido, ni me ha querido más que mi abuela. Fue ella quién me rescató de las garras feroces de un roba-chicos que intentó robarme de su mano cuando yo era una pequeña y bella niña.

Fue ella quien con paciencia y amor me enseñó a leer y escribir sobre un libro azul en el que se podían calcar las palabras.

Fue ella quien me enseñó la importancia de la cortesía, del respeto, de la alegría.

Fue ella quien me enseñó a bailar salsa cuando apenas podía caminar. Quien me salvó de una terrible inundación cuando iba en el kinder. Quien cosió los vestidos más lindos que he usado en mi vida. Ella enjugaba mis lágrimas cuando no tenía a nadie más. Ella escuchaba las causas de mis terribles eventos depresivos, y era ella quien me preparaba mi sopita de fideo con platano... delicias de la vida.

Hoy se cumplen 8 años. Ocho años de que nos dejó para siempre. Ocho años de haber perdido la batalla contra el cáncer, un cáncer silencioso que sólo apareció cuando era inevitable su partida.

Y su pérdida no me duele ni más ni menos de lo que me dolió aquel día. El día que su muerte se llevó una parte de mi corazón y mi inocencia, el día que aprendí que crecer es inevitablemente comenzar a perder.

La extraño, mucho. Quizá hoy más que nunca. Extraño el confort de sus abrazos y sus carcajadas sonoras. Su manera graciosa de decir palabrotas. Sus maneras francas. Su personalidad de mulata veracruzana (aunque ella hubiera vivido siempre en el DF). Su espiritualidad ecléctica en la que lo mismo cabían Jesús que el tarot y los templos espiritistas. Y extraño también la niña que yo era cuando ella vivía. Una parte de mí se murió con ella y se que no la voy a recuperar nunca.

Porque cuando uno pierde algo en verdad amado nunca lo recupera, y nunca se recupera.

Le agradezco a mi abuelita todo, todo lo que hizo de mí.Y todo lo que intentó hacer de mí y que yo por miedo o por torpeza no supe llegar a ser.

PD Lo más divertido del asunto es que juro que parece que Mara Escalante conoció a mi abuela. Prometo conseguir su foto para que vean que no miento, vamos que hasta el chalequito usaba.

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