15 de diciembre de 2009

Propera parada: Barcelona

Comida más barata: Pues quizá no la más barata pero si la más memorable: comida y peda con delicioso cava rosado para 2 personas 13 Eur en Cai Paixano (AKA La Champañería)
Lo que más me impactó: El Parc Güell y La Sagrada Familia, realmente uno se queda con la boca abierta.
Lo que más disfruté: El paseo por Montjuic: la fundación Joan Miró, seguida de la visita al estadio olímpico casi me saca lagrimitas (si, soy fan de Coby y qué y qué, y me creí lo de la flecha con fuego en el pebetero, mea culpa)
Perla escondida de la ciudad: El Palau de la Música Catalana (Orfeo Catalá), maldita sea el último día ya no alcanzamos boletos para la visita guiada y yo casi lloro. Es hermoso.
Adicción descubierta: El cava rosado y el zumo Granini, una delicia.
Sorpresillas: El genio de Domenech siempre a la sombra de Gaudí, y los maestros de primaria. Juro que había uno que llevó a sus niños al Park Güell y que traía rastas y piercings y todas esas cosas por las que se escandalizarían las mamás aquí en México.



Pues qué les digo, a Barcelona llegué un poco fastidiada y molesta. Me seguía molestando la maldita cintura con un dolor que seguro era muy parecido al de un parto - bueno, dolía un chingo, soy una nena mariquita y qué- y no me quería ir de Madrid. El tonto mapa que nos dieron en el aeropuerto era la cosa más inutil del mundo y no hallábamos nuestro hotel, cuando intentamos transbordar del Renfe al metro acabamos en la calle y así...


Caminamos como DIEZ cuadras con la maleta a cuestas - y en realidad habría que multiplicar eso  por 1.3 porque había que caminar extra por la bendita idea de recortar las esquinas - , y juro que no estoy exagerando. cuando llegué al hotel yo sólo tenía ganas de dormir, boca arriba para que mi cintura se tranquilizara. Pero al final, logré pararme y salimos al mundo. 


Porque sí, Barcelona es un mundo. 


Un mundo en el que las calles no son cuadradas, son hexagonales - lo cual en principio me resulto la cosa más difícil de entender del mundo, creo que nunca logré cruzar bien una calle-; en el que el peatón es la cosa más importante  - con carriles para bicicletas y motonetas que si funcionan y automovilistas que en verdad se detienen para dejarte pasar- y con un montón de gente de distintas lenguas y nacionalidad que la convierte en una especie de torre de Babel que se extiende desde el mar hasta la montaña.


Y es definitivamente un mundo en el que hay mil cosas por descubrir. 


Cuando, después de caminar un rato, ya sin mochilas, encontramos La Sagrada Familia, fue un momento indescriptible. Sí, sí, ya se que caigo en el cliché de Gaudí es Dios y demás...pero es que en verdad no te la crees. Cada fachada está hecha con tanto amor y detalle, con la pasión de alguien que sólo vivió para eso, que encontró su vocación en el arte. Definitivamente alguien con una misión en la vida. Sólo la suma de talento, pasión y visión pueden llevar a esas maravillas. Sentí una ligera opresión en el pecho, sonreí y me dije aquí estoy.


No entramos al museo, pero pasamos un largo rato observándola, tratando de aprehenderla por completo. Y después, a intentar recorrer todo lo que faltaba.


Algunos pueden decir que los Champs Elyseés es la calle más bonita del mundo. Pero el Passeig de Gracia no le pide nada: amplio, bien iluminado, es ideal para caminarlo al atardecer y descubrir la manzana de la discordia, en donde La Morera, La casa Amatller y la Casa Batlló pelean por el título de la más importante construcción modernista.


Había que entrar a la Casa Batlló. Definitivamente las fotos no le hacen justicia, mirarla es toda una experiencia. Cada rincón, cada detalle es una sorpresa pero es aún más sorprendente el conjunto de todo ello. Pasamos ahí una tarde, tocando, mirando, escuchando, sintiendo la luz, la falta de luz. El espacio. 


Seguimos con la casa Amatller, un lugar en el que la fantasía y la realidad se unen para crear una historia en sus paredes. 


Y de pronto, la noche en las ramblas, la visita obligada al barrio gótico y el Colom frente al mediterráneo.


Pero nada, nada es comparable al Parc Güell. El lugar tiene su propio soundtrack: Jazz, Bossa Nova y hasta Los Beatles tienen cabida. Cada área tiene su sonido, su particular textura, su propia iluminación. Me enamoré del Parc Güell porque, además, por primera vez en el viaje me hizo mirar a mi novio a los ojos y sonreir. Siempre atesoraré esos momentos en el corazón. 


Montjuic merece un día, no me alcanzan las palabras para describir mi emoción al tener las obras de Miró enfrente, el tapiz de la fundación es verdaderamente una cosa de no creerse. Y el atardecer en la anilla olímpica. Bueeenoooo...me tomé mi foto con el pebetero y canté la canción de Coby. Las de Barcelona han sido siempre mis olimpiadas favoritas y ni las superproducciones recientes han logrado opacar lo que sentí cuando encendieron el pebetero con una flecha. Tenía yo 8 añitos.


Me da la impresión de que cada vez que recuerdo Barcelona, crece mi aprecio por ella. Por sus calles, por sus rincones, por su arquitectura, por la cultura que la recorre, por erigirse en una babel moderna y organizada. Por lo que queda de las exposiciones universales, por lo que aportó al mundo con el modernismo...


Barcelona me sorprendió con cada rincón y es definitivamente un lugar al que he devolver. No sé si pronto, pero he de regresar. Al menos a ver como queda la Sagrada Familia cuando esté terminada.



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Lo que quedó: