14 de septiembre de 2009

Dar el salto

Hay muchas cosas en mi vida que me han marcado. Y quizá una de las cosas que más más más ha ejercido influencia en mi en el transcurso de mi vida, y es algo de lo que nunca he escrito en este blog, es la relación con mi padre.

He de admitir que siempre anhelé una relación de esas de película gringa, donde el papá se pone celoso de los novios de sus hijas, pero es capaz de todo por ellas y las mima hasta echarlas a perder. Yo nunca fui una niña mimada. Tardé muchos años en comprender que sufrí de maltrato en mi infancia. Así, con todas sus letras.

No, nunca me quemaron con un cigarrillo. No, nunca me rompieron la escoba sobre la cabeza. Pero sí, conocí el terror y el pánico cada vez que se acercaba la noche y que sabía que mi papá iba a llegar.

Todos los días, mi vida se acababa a las 7 de la tarde, desde esa hora y hasta que me alcanzaba el sueño todo se volvía difuso para mí. Sinceramente no me gusta recordar la sensación de hacerlo SIEMPRE TODO MAL.

Porque así era.

Para mi papá, todo ( entrar al club de teatro, dedicar demasiado tiempo a mis tareas, tomar clases de danza,escribir, hablar demasiado fuerte, estudiar...TODO) lo que yo hacía estaba mal. Hasta que alguien más decía: Marisol lo hiciste excelente (sí, bailar, escribir, destacar en la escuela). Entonces, mi papá se deshacía en elogios y recordaba que él siempre me lo había dicho, que el siempre me había apoyado, que él sabía desde un principio que yo iba a triunfar.

Recuerdo que leí en alguna parte acerca de las profecías autorealizadas. Y siempre me negué a ser una más. Cada vez que mi papá me decía: no vas a poder, yo simplemente me convencía más y más de que no era así de que yo podía lograr lo que fuera. Y lo lograba.

Hoy ya no tengo esa motivación malsana que eran las críticas de mi papá. Lo veo muy esporádica mente desde que él y mi mamá se divorciaron. Pero ahora me doy cuenta de lo mucho que marcó mi vida por dos cosas:

- Sigo siendo la niña insegura que era cuando tenía once años. Pensando en cada paso que mi papá puede tener razón y yo no soy sino una farsante y en cualquier momento van a descubrir que soy una buena para nada y que justo por eso debo esforzarme el doble, el triple.Siempre más que los demás.

- Porque desde que él ya no está en la casa, esos breves momentos en que podía platicar con alguien sobre mi trabajo se esfumaron. Porque sí, no todo era malo, y él era de las pocas personas que realmente me escuchaba cuando le contaba mis problemas de la oficina. Mi mamá es líndisima, pero en lo que toca a ponerme atención cuando le hablo nunca ha sido su especialidad.

Y todo esto viene a colación, como muchas otras cosas gracias a una pregunta que me formularon en la semana: ¿Cómo te ves en 5 años?

Chales, ya sé que lo que escribí en este post parece no tener nada que ver con lo que plantea la pregunta. Pero la falta de respuesta a esa y otra pregunta (¿Qué quieres, Marisol?) desencadenaron en mí toda una serie de reflexiones acerca de quién soy, y por qué soy y así.

Porque así es siempre, la única forma de dar un paso en la vida es sacar el pie detrás y colocarlo delante. Y hoy por hoy, hay tanto peso en mi zapato que no logro despegarlo. Pura metáfora. En simple castellano: mi pasado me ha marcado tanto, que aún pesa y no puedo dar ese salto hacia el futuro. Ese futuro que anhelé durante toda mi vida y que hoy está frente a mis narices, a punto de convertirse en presente y que yo no puedo alcanzar sencillamente porque no puedo dar el paso.

Eso y dos frases más:
Si te asomas te cortan la cabeza.
No brinques, hasta que puedas dar un gran salto.

Estoy a punto de tomar impulso para dar ese gran salto, y me doy cuenta hoy más que nunca que en mi cabeza habitan tantas voces que me olvidé de escuchar la mía desde hace un tiempo. Me fui de vacaciones, vaya. Pero es tiempo de regresar y tomar el control de esta vida que en los últimos años ha sido manejada únicamente por mi miedo y mi necesidad. Y no son precisamente los mejores pilotos.

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