6 de enero de 2009

Certeza

Cuando era niña mi fascinación eran los libros. Quizá hoy un poco menos que entonces.

Me aferraba a las palabras como un naufrago a sus recuerdos. Palabras de otros me permitían saber quién era yo. Me hundía en el mar de ideas que era el mundo, me zambullía de cabeza en otros sueños que no me pertenecían. Sentía en mi piel el amor, el desamor, la tristeza de esos otros a quienes conocía mejor que a nadie.

Leo a Cortazar, Salvo el crepúsculo, un libro fascinante, de perfecta asíntonía, asimetría, disonancia. Sin embargo, el hilo. Y es de esos momentos en que un recuerdo surge. Una sensación que se apropia de tu estomago y te sopla en la nuca, una sensación de extraña certeza. Siempre lo supe, siempre estuvo ahí.

A pesar de que leía mucho, durante un largo periodo de mi vida no me interesaron los autores. Para mí todos los libros provenían de la misma pluma, surgidos de la misma materia.

No sé lo que eso signifique ahora. Saber que cada cabeza es un mundo, que cada corazón esconde sueños, anhelos y odios diferentes.

En mi mundo infantil, la igualdad humana era una certeza.

Esos eran buenos tiempos.

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