10 de junio de 2008

5 años y una semana

Era un miércoles lluvioso.

Hace 5 años y una semana teníamos boletos para el festival Blanco y Negro en el CENART. Moría por estar contigo y cruzar más de las dos palabras habituales. Nunca habíamos estado a solas. Como en los romances antiguos, siempre había chaperón.

Usabas la sudadera azul de vaca con lentes que detesto. Y aún así, yo moría por estar contigo. Te invité al cine, y después de mucho insistirle para que se quedara, Lila nos dejó solos. Fuimos a no ver Circuito cerrado.

En la oscuridad del cine, y a pesar de el terrible soundtrack, podía escuchar mi corazón latiendo. Me preguntaba por qué demonios no me tomabas de la mano. No pudé más y me aventuré a rozar la tuya, en un gesto friamente calculado para parecer casual. En el momento en que te toqué lo supe. Supe que no eras cualquiera. Te encontré. En medio de la soledad y el caos de mi vida, en medio de mi indiferencia hacia el amor.

Nuestras manos se rozaron, se tocaron, se conocieron y en medio del extasis tactil mis labios se abalanzaron sobre los tuyos. Nada importó nunca más.

Caminamos bajo la lluvia tomados de la mano y platicamos de cosas obvias y sin sentido. Nuestra especialidad. Discutimos sobre libros, familias, películas, pasados...

Una semana después, hace cinco años exactos, llegué a la clase de Dávalos con el corazón en la mano y las piernas temblando. De tí sólo recibí un beso en la mejilla. Extrañamente, me enojé, me dolió y estaba decidida a nunca nunca más dirigirte la palabra. Y entonces usaste la computadora para escribirme y decirme que habías pensado mucho en mí. Todo mi enojo se disipó. Sobre todo cuando Dávalos se acercó a preguntar que estabamos haciendo y tu inventaste que me estabas explicando los comandos.

Je.

Cuando salimos del salón, me besaste y todo se detuvo. Todo empezó de nuevo.

No voy a mentir y decir que estos cinco años han sido perfectos, porque definitivamente no lo han sido. Pero han sido los mejores de mi vida. Y a pesar de ciertas confusiones con nombre de diosa griega y de tu incesante lucha inicial por mantenerme alejada de tu círculo de la amistad, poco a poco nos hemos vuelto parte de la vida del otro.

Y yo te amo. Por los errores que sabes reconocer y las disculpas que has sabido pedir. Por las sonrisas que me arrancas, por los abrazos y los besos, por los domingos de no hacer nada y los viernes de caminar eternamente...

porque sólo tú conoces mis manías obsesivas y sonries con mis peleas inacabables contra la unión de la carne y la ensalada, porque en vez de avergonzarte te diviertes con mis caras y mis locuras, porque te gusta escucharme cantar...

porque compartimos libros y películas, porque podemos discutir de cualquier cosa, porque yo escucho a Goldfrapp y tú a Guns & Roses, por los conciertos memorables y las pláticas hasta el amanecer...

porque odias al iPod tanto como yo, porque te gusta la pizza y por tí conocí las ensaladas de Tequis, porque odías ir de antro y tu idea de una buena cita es rica comida, una pelicula y una noche memorable...

por tus consejos, por escucharme, por darlo todo sin esperar nada a cambio, por las caminatas subterraneas y por ayudarme a andar en bicicleta...

porque un ex sacerdote nos bendijo en arameo y una señora loca predijo en la fila del cine que yo sería una mala madre y esposa, porque hemos visto arcoiris dobles en medio de la carretera mientras escuchamos música, porque hemos cruzado la frontera, has estado conmigo cuando casi me encarcelan, y hemos acabado con nuestra suerte gracias a dos pantallas de plasma,

porque eres mi mejor amigo. Porque eres mi persona favorita en todo el mundo, y si tuviera que elegir de nuevo, te elegiría a tí.

Y esto no es una carta de amor: como diría Pessoa, las cartas de amor son estupidas. Esto es sólo un recordatorio de las mil y un cosas que has traído a mi vida. Porque si no estuvieras tú, yo seguiría respirando, pero a eso no le llamo vivir.

No después de haberte conocido.

Gracias.

Por existir.




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