27 de septiembre de 2011

Entender.

No es tan sencillo.
Cada vez que alguien me dice "ojalá lo entiendas" me entra una especie de angustia existencial. Algo en el fondo de mi desea fervientemente entender. Pero hay otra parte que se rehúsa, que se aferra a su egoísmo y niega toda posibilidad a la explicación. Normalmente esa frase acompaña o sustituye una disculpa y el tema es que yo no creo en las disculpas, cuando alguien comete un error, la única forma de repararlo es en el futuro. Lo que pasó, pasó y a lo que sigue. El dolor puede permanecer, las consecuencias de esa acción pueden quedarse grabadas, pero ninguna disculpa por más sincera que sea va a cambiar el hecho...

En lo que sí creo es en el perdón. Creo en el poder de volver a creer, creo en la reparación total que proviene de perdonar y seguir adelante. Perdonar no es algo que suceda fácilmente pero cuando se presenta la oportunidad de hacerlo y se aprovecha, se convierte en algo mágico e indestructible. 

En el perdón no hay dudas, no hay términos medios, no hay intentos. El perdón ocurre en un momento, igual que el amor, y hay que atreverse a lanzarse tras él o correr el riesgo de nunca alcanzarlo. 

La disculpa es social, el perdón es un acto individual. La disculpa destruye (un poco, sí, la confianza), por su lado el perdón crea. Porque toda relación que pasa por el fuego del error y se templa en el cristal del perdón es indestructible. 

Pero para perdonar hay que entender. Y eso, siempre, implica dejar a un lado el egoísmo. 

No es tan sencillo.


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