24 de abril de 2011

Esa cosa llamada Destino.

Esta semana vi dos películas que hablan de esa extraña relación entre destino y amor, una relación que a veces nos empecinamos en ver incluso donde no existe.

La primera (que en realidad fue la última que vi) es Agentes del destino con Matt Damon y una muy guapa Emily Blunt encabezando el reparto. Un hombre y una mujer se encuentran por coincidencia, se enamoran y quieren estar juntos, pero para lograrlo deben enfrentar al adjustment bureau, una suerte de policía cósmica que se encarga de mantener el GRAN PLAN en funcionamiento. En ese gran plan, por supuesto, el amor de estos dos muchachitos no tienen cabida, así que deben desafiar el orden de las cosas para poder entregarse al que, están convencidos, es su verdadero destino.

Bien romántico el asunto. Pero la película, más allá de eso, me dejó con una terrible inquietud en el alma. Para no spoilear mucho, sólo diré que parte de ese GRAN PLAN se ve impactado por el destino particular del personaje de Matt Damon, y para que ese destino se cumpla, no importa si oras vidas secundarias se ven modificadas. Vamos, hasta para el destino existen protagonistas y actores de reparto. Es de una tristeza infinita el sentirse tan insignificante...un planteamiento interesante sin duda, triste de cualquier forma. 

El argumento es interesante, la ejecución no siempre buena, entretenida de cualquier forma.

La segunda es Así pasa cuando sucede...Whatever works suena más bonito. 

Woody Allen es un pequeño geniecillo de la comedia y con esta película me hizo reir a carcajadas. Me recordó el aire de Annie Hall, pero me resultó fresca al mismo tiempo, con todo y que puso a otro actor a interpretarse a sí mismo. 

La historia va más o menos así: físico cuántico con un IQ muy superior al promedio, antisocial, divorciado, sobreviviente a un suicidio y retirado para más señas, conoce a una adolescente sureña ex participante de concursos de belleza que ha huido de su católico hogar después del divorcio de sus padres. La  jovencita le pide refugio, él acepta a regañadientes y los dos terminan en el altar, complicándose la historia al aparecer primero la madre y después el padre de la ex reina de belleza, quienes buscando a su hija se encuentran en verdad a ellos mismos.

El destino, en la visión de Allen, es totalmente otra cosa. Se llama azar, coincidencia a pesar de lo que dicten las leyes de la probabilidad. El destino en este caso, no se conjuga con lucha sino con aceptación. El amor es, no una coincidencia sino una acción, algo que debe ser dado y recibido en cualquier medida, en cualquier momento. A eso se refiere el Whatever works.




Destino.

Una de esas palabras que sí suelo escribir con mayúscula, debido al respeto que me impone. No creo en rutas trazadas, pero a veces sí. No creo en las llamadas que hace, pero hay veces en que algo te grita desde el fondo. Creo, sin embargo, y de manera absolutamente ciega, en las coincidencias. En un mundo con tantos millones de habitantes, encontrar a alguien con quien compartir una sonrisa, una aventura, o cinco minutos de conversación sigue pareciéndome un milagro. 

Y el amor. Esa es una coincidencia contra toda probabilidad. Creer en el amor es en verdad la prueba suprema de la fe y la ingenuidad de una persona. Encontrarlo...uf,encontrarlo es una bendición. No creo en las cosas escritas, pero se desde el fondo de mi ser que esa bendita coincidencia de cuatro letras te hace poner en perspectiva cada paso dado previamente a ese momento de encuentro. Y la lucha no es nunca contra una policía cósmica, la lucha es siempre contra esa bruma llamada rutina que nos enceguece frente a las pequeñas coincidencias cotidianas, tan importantes como ese primer encuentro. Ante eso, lo único que nos queda es la risa, cualquiera, el humor en cualquiera de sus formas...y después un beso. Whatever works.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Lo que quedó: