11 de septiembre de 2008

La crisis del cuarto de siglo II: What you see is what you get...

Intenté llamar a este post lo que un día fue no será...pero me pareció demasiado melodrama. Más.

Llega este momento en la vida. Éste y no otro, en que uno debe preguntarse lo que, decía una de mis maestras de teatro, son las preguntas básicas para formular un personaje: ¿quién soy, de dónde vengo, a dónde voy?

Seamos sinceros, las respuestas no son siempre cómodas. Pero esto es lo que hay y no otra cosa.

Hace unos años, yo era una soñadora/idealista/transformadora del mundo empedernida. Ahora soy otra cosa, soy más práctica, más realista y, sí, más feliz. No es que el mundo, las ballenas, la falta de agua, la escasez de petróleo, el calentamiento global, la basura, la crisis de los alimentos, o la entrada en funcionamiento del acelerador de partículas no me interesen. Me interesan, y mucho, pero he encontrado un refugio a mi atormentado corazón en el amor.

Si, he hecho de amar mi principal vocación en la vida: amo a mi familia, amo a mi novio, amo mi trabajo. Soy leal hasta la muerte. Y soy leal por convicción.

Hace algunos años, leía como desesperada, dejaba de comer por cumplir con los deberes, me olvidé de mí. Hoy, mi principal preocupación es consentirme. Darme chance de tomar café o comer cosas grasosas o un poco de pastel de chocolate, pero también comer balanceado y desayunar melón con miel y granola, y beber agua o caminar sin destino.

No soy ya la niña fiestera que era hace dos/tres años, hace siglos que no me emborracho hasta perder la conciencia, me he convertido experta en pláticas que terminan en amaneceres. Pro no consigo dejar el cigarro. Y así soy feliz.

Y en medio de todas estas cosas buenas, he descubierto que, en el fondo soy un poco infeliz.

Sí. Bipolaridad ambulante.

Porque, en el fondo también, hay una partecita díminuta que recuerda lo que no fue, lo que se quedó a un paso, una frase, una sonrisa...

Creo, solmnemente, que la única forma de salir indemne de los veintes es lograr sentirnos orgullosos de las personas en las que nos hemos convertido: a los diez años somos en gran medida lo que nuestros padres han hecho de nosotros, a los dieciocho somos lo que nuestros padres no quisieron hacer de nosotros. Pero a los veintitantos, a los veintitantos podemos levantar la cara y decir esto es lo que he decidido hacer de mi vida.

Y yo estoy conforme. No soy rica, ni nada que se le parezca. No soy la señorita popularidad ni tengo una agenda llena de contactos de negocios. No vivo sola. No tengo coche. No estoy casada. Y no tengo dinero para casarme.

Pero tengo el corazón lleno de amor. Tengo a mis amigos de toda la vida platicando conmigo a las 11:26 de la noche preguntándome como voy mientras termino mis pendientes en la oficina. Tengo a mi novio, caminando junto a mí sin presionarme, impulsándome a llegar cada vez más lejos y a no olvidarme nunca de lo que yo quiero y necesito.

Pero sobre todo, tengo el orgullo de nunca haber pasado encima de nadie para llegar a donde estoy, de jamás haber humillado a nadie para conseguir lo que tengo, de no haber hablado mal de nadie para conseguir un mejor puesto, de haber logrado hacer mi vida hasta ahora sin lastimar a nadie de gravedad.

En el fondo, creo, la crisis del cuarto de siglo se trata de eso, de mirar alrededor pero, sobre todo, de mirar dentro de uno mismo y encontrar el eje sobre el que gira nuestra vida.

Yo sólo tengo dos principios. Y con esos me basta. Amor y honestidad.

Si algún día me equivoco. Estoy segura que esos dos principios me ayudarán a levantarme.

Lo más triste de todo esto es que la iluminación divina me llegó envuelta en la revista Tú, cito:

Si me preguntaran que quisiera borrar de mi vida hasta hoy, no borraría nada. Sería como quitar una naranja que se encuentra en la penúltima fila del monton, y al moverla, se derrumbarían todas las demás.

Creo que todos los momentos son partes igualmente importantes que contribuyen a crear la persona que soy.

Soy tan absolutamente ñoña....

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Lo que quedó: