20 de agosto de 2009

Después

- Es muy fácil. Nadie te pide que te quedes, la puerta es muy ancha.

- No es eso – decía él jalándose el cabello en un acto de desesperación- Es que…

- Es que, ¿qué? Si te parece que estoy loca, que me imagino cosas y no sé cuánto más, ¿qué haces aquí todavía?

El mantuvo silencio durante un minuto, quizá menos, tratando de acomodar sus ideas. No era tan sencillo enfrentarse a ella, nunca lo había sido. Durante breves segundos sintió el impulso casi irrefrenable de pedir perdón. No vale la pena, se convenció de ello y siguió adelante con la misma pelea de toda la vida, sabiendo que iban a llegar al mismo resultado de toda la vida.

En cualquier instante a partir de ahora el chip racional en la cabeza de ella volvería a funcionar de nuevo. Y todo volvería a la normalidad. Le diría que lo amaba, que estaba segura de que era el amor de su vida, que la disculpara por haberse exaltado, que no sabía dónde tenía la cabeza pero que él tenía que entender que ella necesitaba algo más…

- ¿Sabes algo? La que se va soy yo.

Ella arrojó el anillo al piso, el anillo que ella misma había elegido tiempo atrás. Como un mar de furia entró al cuarto, tomó la primer maleta que encontró, la más grande, y comenzó a lanzar contra el fondo de la misma toda aquella pertenencia que encontrara.

- No, por favor no.

Él susurró para después intentar detener su muñeca izquierda, pero la mirada de furia de ella le hizo saber que no podía hacer nada. Se sentó en el borde de la cama, contemplando el anillo entre sus manos. Se lo ofreció.

- Sabes que es tuyo. Por favor, no te vayas.

Nada dolía más que su silencio. Cruel, irritante, intencional. Vamos, habla. Siempre era igual. Ella comenzaba a gritar, aventaba cosas, terminaba llorando y de repente toda la furia se agotaba y ella volvía a ser la mujer a la que amaba. Pero esta vez no había una sola palabra saliendo de su boca, lo único que había era una mirada de terrible decisión.

- Podría decirte mil cosas, pero esta vez estoy convencida de que no vale la pena. He cometido el mismo error decenas, centenas de veces. Ya sabes…comienzo a hablar, tú me pides diculpas, y en algún momento del discurso yo me convenzo de que no puedo vivir sin ti de que te amo más de lo que estoy enojada…pero esta vez no es así.

Lo miró a los ojos, y él no pudo sostener la mirada. Ni un solo momento ella dejó de tomar prendas y meterlas en la maleta. La furia se había ido, ahora, una fría calma había tomado su lugar. Se esmeraba en doblar cada playera y cada pantalón mientras miraba todo, tratando de memorizar el momento. Siempre recordaré el momento en que dije adiós.

- Lo peor de todo…lo peor de todo es que, igual que en los últimos diez años, tu única defensa es quedarte callado.

- ¿Qué te puedo decir?

- Nada

Mientras ella terminaba de empacar sus cosas el sintió que debía hacer algo pero el miedo lo paralizó, el miedo y el dolor. Él nunca había sido bueno para lidiar con sus sentimientos y ese había sido, quizá, el problema de fondo en todo aquello. A él, sencillamente, no le brotaban las palabras precisas, y no tenía el entendimiento de lo que ella llamaba “el momento exacto”. Una mera invención de las mujeres, eso era lo que él pensaba, pero a lo largo de esos diez años se había dado cuenta que en realidad era una discapacidad suya. La discapacidad para mirar dentro y encontrar la frase adecuada, lo que ella necesitaba escuchar.

- Suerte.

Ella no volteó a verlo, pero sintió como algo se quebraba en su pecho. Siguió acomodando zapatos en una maleta adicional, agachando la cabeza para que él no viera que lloraba. Finalmente no pudo más y tomó sólo esas dos maletas, dejando detrás las fotos de caras sonrientes que la miraban desde el buró, el perfume que a él tanto le gustaba y que a partir de ese momento se dedicaría a acumular polvo en el tocador que ella había elegido; sus libros y películas favoritas quedaron arrumbadas en el mueble que habían mandado hacer después de notar que ninguna mueblera entendía lo que necesitaban…

Respiró profundo. Aprovechó el momento de agacharse por la maleta para enjugar sus lágrimas y con una sonrisa triste sólo dijo:

- Para ti también.

Tomó las maletas y se fue, cerrando la puerta con suavidad. Mientras él permanecía sentado en el borde de la cama. Te amo. Esa fue la última frase no dicha entre los dos.

2 comentarios:

  1. Tal vez el haber vivido eso, y la manera en que reflejas el dolor de él, la impotencia.. Tal vez el divorcio tan doloroso que vivi.. pero tus letras humedecieron mis ojos..

    Gracias..

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  2. En este momento estoy especialmente sensibilizada ante las despedidas. ¿Qué te puedo decir?

    Se me hace una escena conocida. ¿No será porque todos los finales son los mismos repetidos?

    Uno se queda muchas veces con las palabras que debió decir. Quien sabe que hubiera pasado si las hubieramos dicho.

    Siempre quedará la duda.

    D.

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Lo que quedó: