20 de agosto de 2013

Crecer...que no es lo mismo que madurar.

Una tarde, tenía yo once años, caminaba con mi mamá, como solíamos hacerlo antes de que existieran los novios, el marido, el trabajo o las cervezas (no recuerdo a dónde íbamos, probablemente al super o a comprar pan...algo),  y mi mamá me dio una noticia que cambiaría mi vida para siempre. Sí, así de dramático. PARA SIEMPRE.

Me dijo mi mamá, entre pasos nerviosos y con un nudo en la garganta, que tendría un hermano...o hermana. Básicamente, que a sus 35 años, 12 de casada y con una hija de 11 años y otro de 8, iba a empezar de nuevo el arduo camino de ser mamá.

Yo no lo entendí, no quería entenderlo. Hice un drama digno de puberta inconsolable. No podía ser, ella era MUY grande (madres, yo a mis 29 ni planes de hijos, así que probablemente, si es que sucede, tendré a mi primer bebé a la edad de su tercero...pero esa es otra historia), y nos tenía  nosotros, y casi NUNCA nos veía, y me iba a dejar de querer. Porque, claro, quién podría quererme a mí con un bebé al lado.

Sufrí mucho. Y en el proceso hice sufrir a mi mamá. Que ya bastante drama tenía en su vida: el embarazo de mi hermana casi le cuesta el matrimonio (lo cual, no habría sido tan malo al final y habría acortado el tiempo de sufrimiento con el mismo desenlace). En fin. 

Mi abuelita habló muy seriamente conmigo, me dijo, básicamente, que yo estaba siendo una escuincla malcriada y que sin importar lo que pasara mi familia siempre iba a estar para mí (lo cuál, dicho sea de paso es lo más cierto del mundo). Me dijo también que mi mamá me necesitaba, que si tenía que luchar con mi papá, o con su familia política era una cosa, pero que luchar conmigo la iba a quebrar. 

Recapacité. O algo así. 

Decidí entonces, un par de meses después de la noticia, que nadie iba a hacer sufrir nunca a mi mamá y que yo iba a estar siempre para ella sin importar nada. Porque para eso somos familia, y porque mi mamá es mi mejor amiga en todo el mundo mundial. Hablé con su panza, le canté, hacíamos planes para el bebé. Mi hermano y yo hablábamos y le pedíamos que nos dijera si iba a ser niño o niña. 

Yo siempre supe que iba a ser una niña. Mi mamá me dejó elegir su nombre. Itzel: el lucero de la tarde. 

Y vaya que lo ha sido. En una familia como la nuestra, su presencia vino a traer luz y alegrías, risas y esperanzas. El día que nació, en cuanto salió del hospital la tomé en mis brazos y me prometí desde ese día que siempre la iba a proteger, que siempre de los siempres iba a ser mi hermanita...

Y así fue durante mucho tiempo. Yo la bañé en su tinita, le cambié los pañales, la dormí en mis brazos, le revisé las tareas, le hice repetir entre lágrimas las palabras mal escritas, le enseñé a usar una computadora y a buscar libros en una biblioteca, sin darme cuenta cambié su vida al hacer que viera El increíble castillo vagabundo, le infundí el amor por los libros, siempre la hice apuntar lejos en su vida...

Era como mi hija. Pero nunca dejó de ser mi hermana. Y como tal, peleamos, lloramos, nos gritamos, nos enojamos, sólo para terminar el día con su cabecita en mi hombro mientras veíamos una película y sonreir cuando ella giraba su cara sólo para enviarme un beso...

Y ahora, es toda una estudiante de medicina. Dentro de poco una interna. Se desvela haciendo tarea, se le empiezan a marcar las ojeras, duerme poco, come poco...y sin embargo, tiene siempre una sonrisa en su rostro.

Siempre fue su sueño. Estudiar medicina. Salvar vidas. Ayudar a la gente enferma. 

Y yo admiro la persona en la que se ha convertido. Y lloro poquito. Porque ya no es mi niña, y en esto de crecer nunca se da un paso atrás. Porque dentro de poco, la responsabilidad de tener una vida en sus manos y su cercanía con la muerte y el sufrimiento, cambiarán su mirada y su carácter, porque en ese lugar al que se dirige ya no puedo protegerla. 

Así que, sí, mi hermana ha crecido, pero ahora le falta la parte más difícil: madurar. Y ese camino lo tiene que recorrer sola. 

Qué difícil es sentir esta impotencia. No quiero imaginar lo que se siente como mamá.

No, yo aún no termino de madurar.

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